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Es indiscutible que, independientemente del nivel de profesionalismo, la participación deportiva es una actividad saludable para toda la familia y para todas las edades. Si bien ya hemos mencionado los beneficios más importantes de la participación deportiva, es necesario recordarles a los padres que el squash es un ejercicio para la salud y el desarrollo de las destrezas físicas que, además, influye en el desarrollo del control emocional, de la personalidad y de la autoestima.

Este deporte enseña, entre las habilidades sociales, que en la vida es preciso compartir y cooperar con los pares, incluso depara amistades que duran toda la vida. Asimismo jugar implica aceptar reglas y manejar situaciones, tanto de triunfo como de derrotas, lo que redunda en que se aprende a tener paciencia, persistencia y un pensamiento optimista respecto a logros futuros. El squash ayuda a los niños a desarrollar procesos de percepción, evaluación, decisión y acción, es decir que el squash no es un evento aislado de la vida de un joven, sino que contiene los ingredientes necesarios para ayudarlo a manejar exitosamente todos los aspectos de su existencia, no solo su presente, sino también su futuro como adulto.

¿Por qué recordar todo esto? Porque a pesar de que el squash y el deporte en general, debería ser causa de unión entre padres e hijos, las consultas de adolescentes deportistas a psicólogos del deporte evidencian, por el contrario, que en el 60% de los casos el deporte es causa de conflicto en el ámbito familiar. Un problema típico, es cuando los padres sostienen que su hijo “se traba” bajo presión, mientras que el hijo piensa, justamente, que la presión es la que ejercen sus padres, quienes ponen un exagerado énfasis en los resultados obtenidos.

El problema de que los padres, algunas veces, son causa de los problemas de rendimiento deportivo de sus hijos, pueden prevenirse si reciben educación respecto a la relación de los jóvenes con el deporte. No se trata de que no interfieran en su educación y formación deportiva de sus hijos, sino de que intervengan adecuadamente.

Al igual que los adultos, los niños y jóvenes gozan mas registrando sus aciertos que sus equivocaciones. Además como cada niño es diferente, pues cada uno tiene su propio nivel de deseo, de perspectiva de futuro, de voluntad de trabajo, de madurez emocional y física, los adultos debemos permitir que las inclinaciones del niño, su temperamento, sus deseos y capacidades sean las que dirijan el curso de su vida, tanto en el campo de deportes como cualquier otra actividad.

No obstante, es frecuente que los padres, al mirar una clase de sus hijos, cuestionen ciertas actividades (por ejemplo juegos destinados a mejorar la coordinación y ejercicios oculo-manuales, ya que esperan la clase de squash tradicional guiados por el afán de ver progresas a sus hijos rápidamente.

Estos padres esperan más de sus hijos de lo que estos realmente pueden dar por su edad o nivel. No piensan el desarrollo de sus niños en términos de aprendizaje sino que los quieren ver pronto jugando y ganando torneos.

Los padres deben reaccionar siempre positivamente, evitar reclamos y demostrar confianza en que su hijo hará las cosas bien a su propio tiempo y a su manera. Los chicos progresaran de acuerdo a su propia personalidad y sus procesos de maduración.

Instalar en los niños una sensación de competición, de darlo todo en la cancha, de jugar limpio, es importante, pero lo más significativo reside en ayudarlos a desarrollar una sensación de placer, de diversión, e idealmente una pasión hacia el juego del squash.

Si los chicos no desarrollan el amor por el deporte a temprana edad, de adolescentes no se sentirán motivados para ir a entrenar por su cuenta.

El mayor obstáculo para los entrenadores, son los padres que brindan excesiva protección a sus hijos. Muchas veces los padres no tienen en claro cual es su rol y cual el del entrenador, ni tampoco en que áreas ambos deberían trabajar, en conjunto, en pos del beneficio de los chicos y jóvenes que acuden a aprender. En este sentido, las actuaciones de los padres deberían ser: 

-Iniciar o introducir a sus hijos en la práctica del deporte.

-Preocuparse e informarse acerca de la profesionalidad y el don de gente del profesor que formara a sus hijos.

-Colaborar al máximo y ayudar a los niños desde su rol de padres, es decir, traslados, proveerles los elementos necesarios, enseñarles modelos de conducta, educación, etc. lo que el seno de toda familia bien constituida ofrece, transmitir valores, aconsejar y sobre todo escuchar y permitir que sus hijos crezcan en su propia opinión.

-Interesarse en el progreso y mostrar interés por el trabajo de sus hijos. Cuando los chicos rechazan la presencia de los padres, lo que quieren decir es que no rechazan a ellos en si, sino a la actitud y el modelo de disciplina que muchas veces los oprime y limita en su evolución como personas.

-Los mejores padres no son aquellos que resuelven todos los problemas de sus hijos, sino aquellos que les brindan los instrumentos para que enfrenten los problemas que la vida les presenta.

En cuanto al trabajo en conjunto entre padres y entrenador, deberían conformar una especie de sociedad, en la que la cooperación fuera flexible y el acuerdo y la constancia fundamentales. 

Los padres positivos colaboran con el entrenador respetando su área de trabajo y reforzando a sus hijos a que participen y colaboren con la dinámica de la clase y los padres negativos, es decir, aquellos que se inmiscuyen en las tareas del entrenador, critican su labor y les transmiten a sus hijos la falta de confianza en el profesor.

Las actitudes del alumno en la clase y en la competición estarán determinadas por el comportamiento de sus padres.

Generalmente los padres actúan creyendo que están haciendo lo correcto y les es difícil ver su error, es frecuente que además de crearles una presión por el resultado de un partido, fomentando de esta forma el odio hacia la competencia cuando el resultado deseado por los padres no se concreta; contradigan las metas del entrenador colocándoles objetivos inalcanzables a sus hijos, creyéndolos campeones, lo cual lógicamente, ante cualquier otro resultado distinto al de campeón, el desastre aparece.

La presión reside en exigirles mas de lo que en realidad pueden rendir en un momento determinado, cuando la necesidad de triunfo asfixia, el logro se aleja. La capacidad de pensar libre y creativamente, así como de moverse, se reduce notablemente.

En vez de diversión y descarga positiva, el deporte puede representar una acumulación de estrés. Porque el nerviosismo de los padres puede afectar a los chicos sin que este proceso se perciba; de hecho, el estrés en niños y jóvenes, muchas veces, se debe a que absorben de sus padres las reacciones negativas ante las exigencias de la vida y del deporte.

Este tipo de padres posee menor capacidad de contención emocional hacia sus hijos y, muchas veces, resultan menos tolerantes y reaccionan de forma exagerada ante ciertas conductas de sus hijos. Frente al estrés del adulto, el niño o joven, cambia su forma de interactuar, puede distanciarse, volverse más rebelde o asumir el cuidado de sus padres, cambiando de roles.

Los entrenadores somos responsables de “educar” a los padres y enseñarles que es tan importante el saber perder como el saber ganar.

Hay que formularse muchas preguntas dentro de esa sociedad formada por padres y entrenador, por ejemplo, si es necesario reforzar la conducta en la casa; si hay igualdad de criterios entre la familia y el entrenador a la hora de premiar y de poner limites.

Alumnos, padres y entrenador, deben tener muy claro cuales son las emociones propias, además de conocer las ajenas, todos deben coincidir y construir una meta común.

Un gran saludo

Lic. Ignacio Parma

Escuela Latinoamericana de Squash

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